El avance del relato que a continuación presentamos pertenece al libro Sueños Febriles, que estará disponible en septiembre de 2024. Se trata de una antología con los cuentos de autores españoles que fueron publicados en el fanzine Sueño del Fevre, editado por Carlos Díaz Maroto, en la década de los 90.
Ray Potter contemplaba la estatuilla que sostenía en el regazo. Representaba a una figura humana con una espada entre ambas manos y apuntando hacia el suelo, ubicada sobre un pedestal negro, estaba construida en metal de Britania, principalmente, y bañada en oro, y se parecía, según contaba la leyenda, a un tal tío Óscar. No era muy valiosa en el aspecto material, pero sí por lo que representó antaño. Se trataba de un premio que había sido desprestigiado, en una muestra más de la decadencia de un arte que, aunque seguía siendo tremendamente popular, estaba corrompido por las máquinas. Para él representaba un reconocimiento a una labor y un motivo de orgullo. No eran tantos los actores que lo habían conseguido.
Veinte años atrás el cine había sido revolucionado por La gran apuesta. Fue la primera película realizada íntegramente con un «escenificador», una máquina infernal, como diría Potter. Hasta entonces se había utilizado como una técnica más dentro de los efectos especiales, que permitía, por ejemplo, sustituir a los especialistas humanos en el rodaje de las escenas peligrosas. En general, se podía reproducir cualquier escena interpretada por un actor, y así se eliminaron cuantiosos costes y tiempo de rodaje, siendo los figurantes y extras los siguientes en perder sus empleos. El que decidió dar un paso definitivo fue el productor Isaiah Wittemberg. Con sus películas, en las que todos los actores eran recreaciones digitales, demostró que podían rodarse las más espectaculares de las historias y las más baratas. Adiós a los limitados intérpretes humanos con sus egos. Adiós a las bajas médicas. A los salarios astronómicos. Y también a las inclemencias del tiempo, los viajes y desplazamientos, las huelgas y los conflictos. Un equipo con «escenificador» tardaba menos de tres meses en producir una película de dos horas de duración.
Potter recordaba las airadas polémicas que surgieron entre los puristas del viejo arte y los defensores del nuevo cine; resultaron vanas en el momento en que los espectadores optaron en su gran mayoría por apoyar el nuevo cine. En fin… Potter se levantó de la butaca y colocó a Óscar en la estantería. Justo al lado de la fotografía con Larry. Allí estaban retratados, ambos jóvenes y bellos y tocados por la gloria. Potter sonriente, cogiendo del cuello a Larry Wolf, su amigo y compañero en exitosas películas. Larry también fue afectado por los cambios; acabó en una celda tras intentar asesinar a un admirador que le insistió repetidamente que le firmara un autógrafo. Con depresión, alcoholizado y arruinado, se fue apagando y al final murió antes de los cincuenta.
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