La ciencia ficción, en general, se construye sobre premisas que buscan abordar de forma verosímil la cuestión de “Qué pasaría si…”, colocando en los puntos suspensivos cualquier idea capaz de proyectar nuestra imaginación, cuanto más loca y desbocada, mejor.
Paul Chadwick imaginó un hombre de piedra, literalmente. Y, abrazando la corriente humanista del género, se preocupó especialmente por la cuestión “Qué haría yo si fuera…” (un hombre de piedra, en su caso) Así nació “Concrete”, el cómic que le catapultó merecidamente a la fama, a través de los premios más importantes del género, la crítica, y un buen número de lectores, que me temo que no son tan numerosos como sería de desear.
Don Lightwood, alias “Concrete”, el protagonista, es el alter ego con el que soñaría cualquier autor de ficción. Ya decía Theodore Sturgeon (uno de los mayores y mejores exponentes de la ciencia ficción humanista) que un escritor de aventuras no es más que un aventurero que decide no correr los riesgos de la exploración física, y la lleva a cabo desde los seguros límites de su imaginación. Don trabaja como escritor de discursos, es idealista, soñador… pero reconoce no dar un perfil intrépido. Todo cambia en el momento en que unos extraterrestres le transfieren su mente a un cuerpo de piedra casi indestructible. Las nuevas posibilidades son innumerables. Y Don, ahora ya “Concrete”, se mostrará como un héroe valiente, más incluso de lo que él mismo pensaba, aunque para su desgracia, los resultados que obtenga no alcancen las expectativas inicialmente contempladas.